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SmokeLong Quarterly

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La cantera

Historia por Paul Brito (Lee la entrevista del autor) 14 de marzo de 2022

Fotografía de Gian Reichmuth

Se despidió de sus hijas en el aeropuerto. Ahora está apoyado en sus muletas y mira hacia la cantera. Es una cantera inmensa que fractura la geografía del paisaje y permite ver al fondo la luz de los barcos entrando por el río Magdalena. De ella sacaron la tierra para erizar de edificios el norte de la ciudad y seguramente las mismas casas de la urbanización.

Orlando piensa que nada puede elevarse en el mundo sin hacer un hueco en alguna parte, que alguien debe perder para que otros puedan ganar. ¿Qué ha crecido a cuenta de su pierna amputada?, se pregunta. ¿Quién ha ganado con sus pérdidas?

Le duelen las axilas de tanto caminar de un lado a otro. Regresa a su casa y se sienta en la sala. Lleva unos lentes gruesos que reflejan nítida la pantalla del televisor. No tiene ganas de comer, tampoco le encuentra sentido a cocinar para él solo.

Poco tiempo después de separarse de él, su exesposa conoció a un francés en unos carnavales y se fueron a vivir a Montpellier. Las cosas nunca fueron iguales para Orlando después del accidente. Dejó de trabajar en el laboratorio y apenas recibía la mitad de lo que ganaba antes. A ella le tocaba trabajar el doble. Orlando se la pasaba renegando de las labores domésticas: limpiar, atender a las niñas, cocinarles y ayudarles con las tareas.

Cuando la exmujer se fue para el extranjero, él siguió a cargo de la casa, pero ahora le complacían sus quehaceres. Pensaba que sus hijas se iban a quedar con él advirtiendo el esmero y la dedicación que ponía en atenderlas, pero ellas prefirieron reunirse con su madre.

Desde entonces comenzó la cuenta regresiva del viaje, que termina hoy con el cero inmenso en forma de cantera.

Orlando piensa que ya no podrá recuperar la pierna, sus hijas ni el matrimonio, ni todo lo que ha perdido en el pasado. Cierra los ojos y se pregunta para qué alargar la cuenta vacía que le queda, ¿por qué no zanjar la última fracción para que el cero sea completo, absoluto, y así alcanzar la única plenitud a la que tiene derecho: la redondez del vacío, la suma de la nada?

Se levanta de la silla y avanza con las muletas hasta la cocina. En un estante alto, junto con unos utensilios y productos de aseo, encuentra unas papeletas que compró hace un tiempo para acabar con los ratones. El nombre del veneno le hace sonreír con amargura: Campeón, pues así era como lo llamaba su padre cuando era muchacho. Sus habilidades con el balón le auguraban un futuro prometedor como futbolista, pero cuando creció, el sueño se disolvió. Su novia quedó embarazada y él debió abandonar los entrenamientos y ponerse a trabajar enseguida. Su padre siguió alentándolo, pero murió antes de que Jimena naciera y Orlando terminó distanciándose del fútbol y de la única posibilidad de encauzar su destino.

Abre dos papeletas y las disuelve en el poco jugo de naranja que sus hijas dejaron antes de irse al aeropuerto. Revuelve el polvo con una cuchara, como si se tratara de un remedio. El jugo se tiñe rápidamente de un color rojo ladrillo. Se apresura a tomárselo. Pero, con el vaso en los labios, se detiene, deja el recipiente sobre la mesa y se dirige al cuarto de las niñas.

Aún le parece escuchar el cuchicheo de ellas cuando se encerraban a jugar. Mira las cosas que no pudieron llevarse. El mundo le parece una zona de residuos: nada puede ser completo, ni siquiera la devastación, pues siempre queda algo para recordarnos la magnitud de la pérdida, para mostrarnos el tamaño de la desgracia.

Vuelve a la mesa y agarra el vaso. Lo menea un poco y se prepara para beberlo. Esta vez no escucha nada, ni siquiera el murmullo remoto de sus hijas; es como si los añicos se hicieran cada vez más pequeños hasta volverse invisibles.

No lo piensa más: ingiere el líquido y se acomoda frente al televisor a esperar los retorcijones y el momento final.

El accidente que lo dejó sin una pierna fue en una moto. Un compañero de trabajo se ofreció a llevarlo. A él nunca le habían gustado esos vehículos de dos ruedas, pero aceptó porque lo sedujo la idea de llegar temprano a casa y jugar más tiempo con las niñas.

Ahora, cuando ya no lo espera nadie, siente lo mismo: que corre en una moto a toda velocidad antes de que el sueño llegue y lo cubra todo.

Mira la hora y siente un vacío en el estómago. Aguarda a que la muerte rellene también ese hueco. Espera un momento muy parecido a la eternidad.

Sobre el autor

Paul Brito (Barranquilla, 21 de octubre de 1975) es un escritor, editor y periodista colombiano. Ha publicado cinco libros de narrativa. Su trabajo ha sido comentado por autores como Pablo Montoya, Ana María Shua y Alberto Salcedo Ramos, y ha obtenido diversos reconocimientos, como el Premio Nacional de Libro de Cuentos de la Universidad Industrial de Santander (2007) y el Primer Puesto XV Concurso Internacional de Cuentos Noble Villa de Portugalete (Vizcaya, España, 2005); su libro El proletariado de los dioses fue el único libro de crónicas nominado al Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana (EAFIT, 2016). En el 2020 ganó la Beca para Escritores Extranjeros en Uruguay de la fundación Esteros; el jurado estuvo conformado por los escritores Juan Manuel Roca, Rafael Courtoisie y Graciela Aráoz. Vivió en Barcelona, España, donde realizó estudios de “Procesos Editoriales” en la Universitat Oberta de Catalunya. En esa ciudad fundó con otro periodista colombiano el periódico impreso Mundo Hispano. Y colaboró en publicaciones literarias como: Lateral, El Ciervo, Animal Sospechoso, Malabia y especialmente la revista asturiana Clarín, dirigida por el escritor y crítico literario José Luis García Martín, a la que sigue vinculado desde el 2002.

Sobre el artista

Gian Reichmuth es un fotógrafo en Suiza.

Esta historia apareció en SmokeLong en Español — Número Cuatro de SmokeLong Quarterly.
SmokeLong Quarterly SmokeLong en Español — Número Cuatro
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